Ya estoy de nuevo en la carretera en dirección Nuevo Laredo límite fronterizo de México y los Estados unidos con la intención de recorrer toda la costa Este hasta alcanzar mi objetivo final en la ciudad de Nueva York.
La de Estados Unidos no es como esas fronteras por las que había pasado, en las que la gente circula como Pedro por su casa. En límites con México, caravanas de coches esperaban la entrada al “sueño americano”, mientras que policías con sombreros texanos me bombardearon con preguntas. Todo aquello es tan como lo ves en las películas: perros que te huelen a ver si tienes drogas o explosivos, verificaciones, preguntas. Por fortuna, demostré que el dinero para viajar lo había ganado trabajando honradamente, tenía una familia y una vida maravillosa y, a pesar de mi accidente, tenía los medios suficientes para ver un partido de la NBA o NFL en vivo y en directo. Todo estaba bien, entonces crucé sin problemas.
El autobús en el que viajaba no me esperó, entonces alcancé el siguiente de la misma compañía, la Greyhound. No mucha gente viaja en este tipo de transporte en Estados Unidos, pues las largas distancias se cubren en vuelos de bajo costo o en coche privado; el bus es más bien un medio de transporte para aquellas personas que no tienen el dinero suficiente, además, hay que hacer muchos transbordos hasta llegar al destino. En mi caso, tuve que pasar muchas horas en terminales viendo los partidos de la NBA o NFL, al lado de otros pasajeros, en su mayoría inmigrantes afroamericanos que dormían en los bancos tapados con sus mantas. Aquella jugada de bajarme en la estación de una ciudad y esperar horas para salir a la siguiente se repitió hasta altas horas de la madrugada, pues no me coincidía una combinación directa. No creía que aquello sucediera en los Estados Unidos. Si Brasil me había parecido extenso, gigante, Estados Unidos era eso y más. Sólo atravesar la Costa Este te puede demorar días y días, claro está, si viajas en bus, como yo.
En una de las paradas conocí al señor Harris que se sentó frente a mí en la mesa en la que cenaba en la estación de bus de Tallahassee. Mientras comía mi perrito caliente observando al señor Harris podía llegar a pensar que aquel hombre pasaba el día en los andenes de la estación contando su historia a todo aquel que llegaba. Parecía creer que un día llegaría la mujer que había perdido. El hombre tenía puestos unos aparatos en el oído y aparentaba hablar por teléfono pero realmente estaba hablando solo. Harris vestía una camiseta de cuadros con una gorra y en su mano lucía un gran reloj con varios anillos plateados. Su espalda se encorvaba y le flaqueaban las piernas. Fueron varios los clientes que durante mi tiempo entraron en la tienda a comprar algo y lo hacían cantando o hablando a grito pelao . No sabía diferenciar bien el comportamiento de aquellas personas que me parecían taradas. Empecé de aquel modo a vivir ese estilo americano pues yo también bailaba mientras paseaba por la tienda escogiendo los productos y rapeaba cuando fui a pagar mi coca cola. ¿Qué podía hacer si vivía en las estaciones de Greyhound? ¿Cómo podría matar mi tiempo? Las dependientas de la tienda a veces se reían y otras ni se inmutaban puesto que parecían estar acostumbradas a este tipo de actos. Yo antes de salir de la tienda pensé en comprarme una gorra al estilo Eminem pero me gaste el poco dinero que llevaba en un combo de hamburguesa.
En el trayecto desde Nuevo Laredo hasta Miami pasé por San Antonio, Houston, Orange, Baton Rouge, New Orleans, Mobile, Pensacola, Tallahassee, Jacksonville, Orlando, Tampa, Sarasota, Naples, Miami y Nueva York.