De camino a la ciudad de Tirana, capital de Albania me cruzaba por la carretera con rebaños de cabras y viejos coches mercedes que tiraban de un remolque cargado de paja. Entre todo eso iban apareciendo esparcidas por todo el paisaje estructuras de hormigón de diferentes tamaños y formas. Algunas tenían forma de seta, otras de iglú o platillo volante. Eran Búnkeres, refugios construidos durante el gobierno comunista de Enver Hoxha desde los años 60 hasta los 80 para protegerse del temor de un ataque invasor que nunca llego.
Cuando llegué a Tirana, el bus se detuvo en la misma calle pegado al arcén de la carretera. De pronto todo a mi alrededor se volvió caos y desorden, gente y vehículos de todas las épocas circulaban por sus calles llenas de tráfico.
Era Tirana una ciudad con mucha más actividad que el resto de las ciudades de los Balcanes. Se apreciaba mismamente en los edificios envejecidos cubiertos ellos de cableado eléctrico por sus fachadas. En la vida callejera donde se podía comprar y vender en la calle o hacer transacciones de cambio. En su deficiente alcantarillado y red de señalización donde no funcionaban ni los semáforos.
Aunque no pareciera a primera vista Tirana una bella ciudad me sentía bien acogido con muchos restaurantes y bares donde podía sentarme en la terraza a comer carne de cordero y beber cerveza.
Preguntando información de cómo salir del país me dieron la dirección de una calle en el Bulevar di Zogu al Norte de la Plaza Skanderberg que conecta con el Bulevar Di Deshmoret E kombit al sur, detrás del hotel Tirana Internacional. Al rato esa sensación de bullicio y desorden de la ciudad cambio. Me encontré de pronto con anchas avenidas en las que caminaba bajo la sombra de los árboles entre cantidad de jardines frondosos, parques naturales y grandes explanadas con espacios abiertos.
Al parecer una gran circunvalación sede de bancos, museos, embajadas. Con su biblioteca y palacio residencial en donde se mezclaban altos y modernos edificios acristalados. Otros de arquitectura más sobria y práctica de la época socialista, como el teatro nacional de ópera y ballet con sus columnas o bloques de cemente gris.
Madrugar era lo que mas odiaba lo que me recordó a mis viajes por América, Asia, África. No existía una terminal de bus en concreto y las salidas se producían en medio de todo aquel eje urbano. De pie con la mochila en la calle esperé aquel día que amaneciera y llegara el bus. Una vez se estacionó al costado de la acera subí. Una vez arriba me di cuenta que de Tirana a la ciudad de Skopie, Macedonia del norte adonde me dirigía no viajaba mucha gente.