DE TAYBAD A ISLAM QALA
En Mashhad tomé un taxi que me llevó a la frontera que delimita Irán y Afganistán. De Taybad último pueblo de Irán pasamos a islam Qala primer pueblo de la provincia occidental de Herãt en Afganistán. Mi excitación cuando subí al coche comenzó a notarse y como si percibiera mi estado uno de los pasajeros me dio un trocito de melón donde sentí como nunca ese refrescante sabor que no sólo calmó mi ansiedad sino también mi sed. Sabía que debía estar preparado para cualquier eventualidad en mi viaje a través de uno de los países más convulsos del mundo y sin embargo el hombre me ofreció el melón con todo su corazón mostrándome que no tenía nada que temer ante aquel riesgo latente. Por lo menos eso fue lo que me transmitió antes de llegar al límite de frontera iraní donde nos bajamos del taxi para hacer los trámites aduaneros y continuar después al lado afgano.
FRONTERA DEL LADO AFGANO
Una vez salí del edificio y ya en territorio afgano volví a subir al taxi con mis compañeros que allí me estaban esperando mientras avanzabamos por un perímetro delimitado con muros de alambres y espigas. Había largas colas de camiones que esperaban poder franquear aquel límite territorial y una nave industrial donde había gente reunida de pie que se acercaba a nuestro coche para cambiarnos dinero. El calor era infernal y la única sombra la daban los camiones. De camino en la carretera de islam Qala a Herãt se divisaban fantasmagóricos poblados de adobe y entre las faldas de las rocas de canteras emergían pueblos del desierto.
Tuve el deseo irresistible de tocar lo desconocido cuando ví las ruedas esparcidas por la carretera junto a bidones y garitas de control construidas con cuatro palos camufladas entre cartones y redes. Los soldados vigilantes nos dieron el paso levantando los fusiles al aire para continuar y alejados ya de la frontera fueron aparecieron nuevos poblados donde cantidad de contenedores se utilizaban como viviendas tiendas de suministros y repuestos. Podía ver un cementerio de metales, viejos coches oxidados, grúas, camiones, remolques y se sucedía un taller tras otro preguntándome si tendría que dormir en una de aquellas cabinas de camión que para mi asombro estaban puestas sobre los techos de los contenedores.
HOTEL MOWAFAQ HERAT
Con absoluta incertidumbre llegué a la ciudad de Herat capital de la provincia que lleva el mismo nombre y me hospedé en el hotel Mowafaq donde pude planificar mi camino. La calle estaba llena de agencias de viajes y librerías así que en cada una de ellas pregunté por un mapa además de que todas las vías de información y respuestas que obtenía eran malas y siempre me decían que no se podía viajar por Afganistán. La única vía segura era tomar el avión con destino a Kabul por lo cual resultaba inútil buscar una salida por carretera así que debía tener paciencia y estudiar bien cuál sería mi itinerario.
En el hotel siempre había un anciano que vigilaba la entrada con un rifle de asalto Kalashnikov pensando yo que si algo sucedía poco podría hacer el viejo a quien le costaba esfuerzo levantarse de la silla. Cuando llegaba la hora de su almuerzo preparaba su alfombra en el pasillo y se sentaba pegado a su fusil de asalto soviético. Aquella tarde que salí a pasear de vuelta a mi habitación me invitó el hombre a cenar unos espaguetis y un trocito de melón.
EL CAMBISTA DEL MERCADO NEGRO
Afuera del hotel justo frente a la puerta siempre encontraba un jovencito cambista del mercado negro que llevaba en su mano un gran fajo de billetes. Muchas veces me sentaba en una silla junto a él durante un buen rato a ver pasar la vida afgana donde todo el mundo vestía al estilo tradicional: los hombres llevaban una túnica » camisa hasta la rodilla y abierta a la altura de las caderas» pantalones holgados y barbas de cien días por no decir años, encima un chaleco y en la cabeza un turbante o un sombrero tejido de lana o piel de oveja, las pocas mujeres que se veían por la calle salían envueltas en su chador un vestido largo y ancho de color celeste con finas rejillas para poder ver. Al mismo tiempo la adrenalina corría por mis venas pues la idea de viajar por tierra hacia el corredor Wakhan era temeraria debido a la tensa situación civil y al extenso recorrido que me esperaba. Me encontraba en el extremo occidental del país y mi destino se encontraba en el oriente a decir verdad no sabía hasta dónde o cuándo llegaría mi aventura.
CUATRO PINCHOS DE KEBAB
Me acerqué aquel día a la parrilla señalando con el dedo cuatro pinchos de kebab que me sirvieron a la mesa pero enseguida me di cuenta que hubo un mal entendimiento ya que me trajeron la misma orden cuatro veces » 16 pinchos de Kebab» por lo cual todos las personas que estaban alrededor mía se quedaron impresionados sin parar de reírse de mi gran apetito y aunque no podía expresarles mi gratitud en farsi invitarlos a comer fue una forma de compartir aquel momento. Los afganos me parecían severos en la voz pero al mismo tiempo afables a la vez que percibía un profundo sentimiento de valentía y lealtad en sus miradas.
MEZQUITA JUMA
En mi paseo por Herãt encontré la Mezquita Juma (Mezquita del Viernes). Su gran portal-iwan rectangular estaba rodeado por grandes minaretes y un patio central que destacaba por sus mosaicos florales de azulejos azules extrañandome que no hubiera gente orando allí a aquella hora del día. Paseando muy cerca me encontré con otra pequeña mezquita a cuya entrada se había improvisado una escuela donde los alumnos sentados en el suelo esperaban su turno para leer el libro sagrado del islam en unas tablas de madera. El maestro encargado de educar a los niños tenía cuatro palos diferentes y si alguien hablaba más de la cuenta o leía mal las suras o capítulo del Corán los lanzaba contra la pared o les daba un toque de atención como aviso bien en la cabeza las manos o el cuerpo. Cuando le pedí al profesor sacar una foto después de la clase fueron las niñas quién agacharon la cabeza porque no querían que las fotografiara e incluso una de ellas llamaba la atención a sus compañeras para que no me siguieran el juego de las risas. Una sonrisa no entiende de lenguas ni culturas pensaba yo pero al maestro no le gustaba las bromas.
NINGÚN CAMINO SEGURO
Cada día se me hacía más difícil porque seguía buscando información sin encontrarla y tratando de investigar sobre la ruta a seguir un taxista me llevó a casa de un amigo que según él era traductor de inglés. Salir de Herãt se convirtió en una odisea y aquel joven rápidamente abrió la puerta del coche y se sentó conmigo en la parte de atrás. Noté que estaba muy nervioso y no quería perder mucho tiempo hablándome de una forma muy clara y concisa.
–El hecho de estar aquí hablando contigo es peligroso para mí y para mi familia así que te digo que cualquier lugar es peligroso para ti ya que como occidental eres un blanco y principal objetivo de los grupos talibanes. No deberías estar aquí ahora conmigo ya que cuando menos lo esperes puede pasar algo y debido a te has alejado mucho de tu hotel te aconsejo de todo corazón que cojas un avión hacia Kabul para salir cuanto antes de Afganistán si es que quieres seguir vivo. No hay ningún camino seguro por carretera ni para ti ni para nadie porque todos estamos expuestos al régimen talibán dijo el joven universitario antes de salir del coche y dejarme con la palabra en la boca.
No sé en qué estaba pensando pero a pesar de las advertencias mi terquedad era infranqueable y a pesar de las dificultades que estaba teniendo seguí insistiendo al taxista para que me ayudara a encontrar una ruta hacia Kabul por carretera, después nos detuvimos en una agencia donde salía transporte local hacia los pueblos cercanos y ví como cargaban una furgoneta de mercancía que se dirigía a un pueblo llamado Chaghcharan a mitad de camino entre Herat y Kabul. Cuando entré en busca de información me senté en un sofá que había adentro y les pregunté si la ruta era peligrosa pero inmediatamente me di cuenta que había hecho una pregunta absurda en Afganistán porque siempre levantaban los hombros con incertidumbre inclinando la balanza a una cuestión de azar. Seguir adelante era un riesgo para mí y empecé a ponerme nervioso porque nunca me daban una respuesta sólida e hiciera lo que hiciera corría peligro y todo se me complicaba, el joven chico traductor de inglés me lo había dejado bien claro tenía que salir cuanto antes de Afganistán.
UN BATIDO DE BANANA EN RAMADÁN
En mi habitación los generadores dejaban de funcionar durante horas cuando el ventilador se paraba y hacía mucho calor adentro para colmo era Ramadán y tuve que tomar un batido de banana en un bar que me lo ofrecieron a escondidas con las cortinas cerradas para después decirme el camarero si el accidente de mi pierna me había afectado la cabeza.
3 VÍAS POSIBLES
Salí un rato del hotel a visitar a mi amigo el cambista y a cambiar algunos dólares y entonces pasaba mucho más inadvertido con la barba de dos meses y un traje negro tradicional afgano con bordados blancos que había encargado hacer en una tienda de ateliers. En aquel momento apareció en mi hotel un chico afgano que hablaba español lo que fue algo realmente insólito. Cuando le pregunté a Sardar Samin dónde había aprendido mi idioma él me contestó que con el ejército español cuyas tropas estaban instaladas en Herat. Le pedí información sobre las vías posibles que tenía para llegar a Kabul por tierra y me dijo lo siguiente:
La primera es la ruta sur Herãt-Kandahar-Kabul que es la más común donde un autobús cubre todo el trayecto de dieciséis horas por carretera asfaltada con el inconveniente que hay un bastión Talibán en Kandahar y puede ser un suicidio ir a meterse a la boca del lobo.
La segunda es la ruta central donde debes atravesar pueblo por pueblo sin carreteras pavimentadas expuesto a los bandidos que pueden venderte con una simple llamada de telefónica. Setecientos kilómetros separan Herãt de Kabul y para llegar a Kabul por esta ruta tal vez necesites de tres a cuatro días en coche.
Por último en la ruta norte con paradas en Mazari y Sharif donde los talibanes realizan controles ilegales y acciones impredecibles por el camino. Si bien es difícil para los propios convoyes de guerra atravesar estas carreteras apoyados por helicópteros y coches blindados imagínate para un civil como tú pues en cualquier lugar te puede esperar una bomba casera una mina o el secuestro que es el riesgo más serio al que te puedes enfrentar por lo que no deberías permanecer muchos días en el mismo lugar para no levantar expectación ni sospecha alguna ya que Afganistán está en un estado de permanente conflicto y tú eres un blanco privilegiado para los Talibanes. Me quedé sin palabras por lo que tuve que pedirle el favor a Samir de que me llevara a la base militar con la certeza de que estaría protegido lo cual denegó alegando que no era un juego de niños tratándose de una zona restringida de guerra.
REPROGRAMANDO LA RUTA
Aunque me sentía bien en Herat siempre había una tensión latente que no se veía pero si se sentía. Era el único extranjero en el hotel y en toda la ciudad por lo cual experimentaba una gran presión psicológica. Quería seguir hacia adelante pero no tenía nada seguro y no sabía qué iba a hacer ni tenía el valor para tomar alguna de aquellas vías entonces siguiendo el consejo de Samin fui a la agencia de viajes y compré un vuelo hacia Kabul a la mañana siguiente. De cualquier forma el corredor Wakhan seguía siendo mi principal objetivo y sólo me faltaba tiempo para reprogramar mi ruta.
BASE MILITAR ESPAÑOLA EN HERAT
Samin había quedado de recogerme a la mañana siguiente para llevarme al aeropuerto que distaba apenas cuatro kilómetros así que me levanté temprano y lo esperé. Aquella mañana llegó Samir acompañado de tres amigos y fue de camino al aeropuerto que uno de ellos me comentó que a veces se hacía peligroso el trayecto porque había un pueblo cerca con fanáticos talibanes que en ocasiones atacaba por sorpresa la carretera y el aeropuerto lanzando cohetes.
A la entrada del pequeño y viejo aeropuerto había un muro de hormigón armado por ambos lados de casi cuatro metros de alto que teníamos que atravesar. El aeropuerto funcionaba como base militar de las tropas españolas en Herat y en el mismo momento que aparcamos salió un convoy que se dirigía a una misión sin embargo siguiendo el consejo de Samin no me acerqué demasiado además había un vuelo que me esperaba.
Todos los pasajeros estábamos en una hilera con las maletas entre nuestros pies atentos a la orden rígida de una voz militar que nos registraba con perros antiexplosivos cuando pasé a través de un equipo de rayos x y me aproximé a hacer el embarque a una caseta que era un contenedor de obra. Cuando entré en la terminal para esperar mi vuelo miré la pantalla y vi solo cuatro vuelos de salida pero ninguno coincidía con el mío después preguntando me confirmaron que sí era uno de ellos y fue un gran alivio. Fue sobrecogedor el despegue viendo desde lo alto el gran contingente militar que se desplegaba por todas las pistas. Por último ya volando hacia Kabul pensaba en todo lo que me había pasado en todos los riesgos a los que me arrojaba por amor a la aventura y en que nada hasta entonces me había impedido seguir mi camino.
ATERRIZANDO EN KABUL
Al aterrizar finalmente en el aeropuerto doméstico de Kabul pude ver que también era una especie de base militar con hangares de guerra, carros acorazados, cazas de combate y helicópteros militares de ataque en todas las pistas. Yo era el único extranjero viajando en el avión y posiblemente en todo Afganistán y al llegar a Kabul por seguridad lo que hice fue coger un taxi hasta el centro que se encontraba apenas a diez kilómetros de distancia. Las misiones diplomáticas y embajadas estaban cercadas hasta los dientes y solo veía cuarteles con muros de contención y torres de vigilancia apuntando desde lo alto a cualquier ser viviente que se moviera. Había un temor latente y se palpitaba que cualquier cosa podía suceder mientras miraba asustado a todos lados y siempre me sentía vigilado con una metralleta apuntándome directamente a la cabeza.
HOTEL EN KABUL
Llegué un jueves por la tarde a kabul sabiendo que era una ciudad caótica pero la encontré desolada y triste cuando iba camiando por las calles casi vacías y a cada cincuenta metros me encontraba con soldados armados en guardia constante. Al lado del parque Shar Ewan vi un cartel que decía “Doce dólares la noche con agua caliente e internet” era el hotel que buscaba y a pesar de la desolación general hice al llegar un nuevo amigo el chico recepcionista que resultó siendo un estudiante de ingeniería. A las cinco de la mañana se levantaba Sayed a rezar después preparaba la mochila y se iba a la universidad para regresar al trabajo sobre el mediodía y atender a los clientes donde también sacaba su tiempo para estudiar. Samir fue quién me había abierto un poco los ojos aconsejandome salir del país y fue en Kabul sin saber nada de política ni fundamentalismos que quise buscar la calidez en medio de la frialdad dejando un lado todos los tormentos que me podía encontrar e ignorando lo que me podía suceder le quite hierro al asunto mientras conversaba con Sayed en las noches ya que junto a él era fácil olvidar la tensa situación del país. Solía recorrer la avenida principal hacia una esquina del parque central donde se preparaban en las parrillas las brochetas de cordero y también entraba a los restaurantes donde colgaban la carne de res en unos ganchos que luego una vez guisada y preparada en el plato se volvía tierna pudiendo saborear la comida con los ojos antes de que me la sirvieran en la alfombra del comedor donde sentado entre unas mamparas de cristal hacia delicias al paladar.
En el mostrador de la recepción del hotel cenaba con Sayed viendo la tele y mientras conversábamos se iba toda posible tensión todo temor para darme cuenta que a pesar de todo estaba en el lugar que me correspondía ya que al entregarme más plenamente al riesgo éste retrocedía, por el contrario quienes trabajaban en organizaciones gubernamentales, los funcionarios de las embajadas y consulados, los cooperantes y voluntarios, los asesores militares, todos vivían en centros residenciales y áreas protegidas. No me encontraba en mis paseos por las plazas y mercados de kabul con ningún civil extranjero mientras caminaba como un ciudadano más con mi barba de dos meses el bastón y mi traje afgano.
KABUL UNA URBE VIGILADA
Mi forma de habitar en una ciudad llena de protocolos se salía de la norma y aquel comportamiento daba cuenta de mi forma de arrojarme al riesgo. Quería camuflarme entre la multitud y ser uno con ellos y en medio de todo nada me detenía en mi empeño de alcanzar el corredor Wakhan. Finalmente de algo había servido mi testarudez y el arrojo temerario al peligro ya que si el temor me hubiera dominado a la primera advertencia habría salido de Afganistán pero ya había aprendido a caminar con la incertidumbre y tal vez era esa ambigüedad ese estado de inminencia es lo que me permitía seguir confiado hacia adelante. Kabul no se comparaba con el aire histórico y cautivador de Herat era un círculo de protección en cuyas laderas se amontonaban los barrios la chatarra y volaban las cometas donde caminaba siempre vigilado, una urbe polvorienta y caótica resguardada por muros de hormigón torres de vigilancia y alambres de púas donde los Vehículos tácticos 4×4 blindados del ejército circulaban con la artillería cargada ante una posible amenaza listos para abrir fuego. En los bancos, centros comerciales y hoteles había que pasar primero por un túnel de seguridad y luego a la entrada por un detector de metales debido esto a que el temor acechaba.
BURKA EN KABUL
A la salida del hotel mi mirada se teñía del azul de los burkas con las mujeres que mendigaban y también los hombres mutilados por la guerra que apoyados en los muros de las paredes colocaban sus piernas de plástico y trabajaban limpiando zapatos, también los niños de la calle se las ingeniaban para poder vivir y llevaban en sus manos un viejo bote de hojalata con un carboncillo encendido para pedir limosna a cambio de dar protección con el humo que salía para expulsar los malos espíritus, y así pasaba la vida en afganistán siendo inevitable sentir los estragos de la guerra pero al mismo tiempo conmovía ver que la vida continuaba y que cada quien se las arreglaba para subsistir.
BOLETO PARA KUNDUZ
Había decidido lanzarme a la aventura e Iba a viajar por carretera infiltrado entre los afganos desde Kabul hasta el corredor Wakhan pero realmente no sabía si podría alcanzar mi meta pues para llegar tenía que atravesar varias provincias además de que no me resultaba fácil conseguir información por lo cual utilizaba el lenguaje de señas. Un día al visitar un bazar de alfombras en la zona comercial de Kabul me dieron la información necesaria para salir rumbo al corredor Wakhan. Los comerciantes me facilitaron la dirección de una agencia de transporte para salir de Kabul y cuando la localice con el taxi y me baje a preguntar me encontré en la misma calle con una mesa y a dos hombres sentados en una silla bajo una sombrilla a los cuales les compre un boleto hacia la ciudad de Kunduz.
UNA PARADA A LAS AFUERAS DE KABUL
Respire profundo pues sentía nervios de aventurarme pero de repente ya había subido al autobús donde viajaba aquel día con otras cinco personas y nos detuvimos a las afueras de Kabul en un descampado al lado de un gran mercado para recoger a más pasajeros. El bús permanecía inmóvil esperando nueva orden de salida mientras iba observando afuera un caos total donde los coches sin reglas ni orden chocaban unos contra otros abriéndose paso en medio de un trancón. La policía dirigía el tráfico con un silbato dando golpes a los autos con un palo de madera y cuando un vehículo estropeaba a otro cosa que ocurría cada poco los conductores se bajaban y todo terminaba con una discusión donde imperaba la ley del más fuerte, si no se solucionaba el asunto se enzarzaban entre ellos y entonces la policía intervenía llevándose a alguien. Cuando comenzaba a llegar más gente a sacar el pasaje se formaba una aglomeración a la puerta del bus donde todos discutían el precio mientras tanto los niños se colgaban detrás del guardabarros de las camionetas para pedir limosna. Todo se alteraba los coches golpeaban a las personas, las personas pasaban en medio del tráfico, las motos se abrían camino, los camiones empujaban a los coches y la policía procuraba impartir orden. De repente un convoy militar de carros de combate americano pasó por aquel lugar y se detuvo justo a la altura del autobús. Los estadounidenses cautos y precavidos ante un posible ataque terrorista no daban cuartel a nadie ni a nada sospechoso por eso un soldado me apuntaba con el cañón desde su torreta giratoria. Con el traje afgano y barba de dos meses podía por lo menos pasar inadvertido pero realmente siendo extranjero no era asÍ por eso no dejaba de pensar en lo que me había dicho Samir en Herat que con una simple llamada telefónica cualquier persona podría venderme a los Talibanes. Las ocho horas siguientes de camino a Kunduz aguante la tensión entre bache y bache sin poder ver nada de lo que pasaba afuera pues era noche cerrada.
kUNDUZ
Después de atravesar dos provincias llegamos a la ciudad de Kunduz sobre las cuatro de la madrugada cuando se detuvo el bus en el medio de la carretera donde había un triciclo eléctrico esperando por algún pasajero que en este caso fui yo. El conductor me llevó hasta el centro ciudad donde le pedí que me condujera a un lugar para pasar la noche por lo cual me llevó a una casa donde picó a la puerta y salió un joven que sin decir una palabra me acompañó escaleras arriba para ofrecerme una habitación que era un cuchitril de mala muerte. Cuando el chico se fue de vuelta a la cama yo hice lo mismo y me acosté en la mía sobre una plataforma de cemento con alfombras, la ducha no funcionaba, sin agua ni luz el baño, igualmente solo quería cerrar los ojos sin importarme las precarias condiciones del lugar.
ALMUERZO EN KUNDUZ
A la mañana siguiente salí a caminar cuando en el suelo vi sentadas un grupo de mujeres con el burka. A la hora de comer en un bar los afganos sentados al lado mío me ofrecían brochetas de cordero aunque siempre a la defensiva sintiendo como el deber de complacerme como un gesto neutral de cordialidad sin preguntas ni intromisiones. En sus rostros percibía el miedo de hablarme pues conversar con extranjeros era comprometedor para ellos sin embargo me conmovía ver que a pesar del temor no podían evitar ofrecerme algo. Le conté al joven del hotel que debía continuar mi ruta por tierra y me repitió la historia de que viajar por carretera no era seguro y así era siempre si preguntaba cómo llegar a la siguiente provincia me decían que era peligroso y que me quedara pero si me quedaba me decían que corría peligro y que lo mejor era que me fuera.
CIBER CAFÉ KUNDUZ
Pasaba mucho tiempo en un cibercafé cerca del hotel y fue entonces que conocí a Amin uno de los empleados el cual hablaba inglés que me prestó ayuda para definir mi nuevo itinerario. Paralelo a eso aumentaba la tensión ya que supe por televisión de nuevos ataques en el aeropuerto de Kabul con misiles desde un edificio colindante ¡El mismo donde había aterrizado días atrás! La siguiente noticia ocurrió demasiado cerca ya que Amin me contó que hacía apenas quince días en la misma calle por donde yo paseaba todos los días un suicida entró con un chaleco de explosivos y voló una tienda causando varios muertos. Ciertamente no se veía venir el peligro pero estaba latente en todas partes aun así a pesar de oír siempre lo mismo seguí mi camino pues cada vez me encontraba más cerca del corredor Wakhan. Amir fue quien me informó dónde tenía que coger las furgonetas que salían hacia Fayzabad capital de la provincia de Badajshán en mi ruta hacia el corredor, entonces sin esperarlo me acompañó hasta el punto de partida que estaba a las afueras y al llegar le explicó al conductor del vehículo mis intenciones para acto seguido regresar de vuelta a su trabajo.
UNA PARADA PARA REZAR EN EL CAMINO
Como estaba acostumbrado esperé a que se llenara de gente la furgoneta para arrancar y mientras interactuaba con la gente resaltaba el humor de los afganos para afrontar su situación que siempre hacían bromas y todo se lo tomaban con buen humor. Cuando preguntaba por el riesgo en el viaje simulaban bombas, metralletas, cuchillos en el cuello, pero siempre lo hacían con gracia y valentía como algo natural para vencer el miedo. A lo largo del camino cada tres kilómetros aproximadamente se veía un búnker que era una trinchera con sacos de arena al borde de la carretera con los soldados camuflados entre sacos y redes tostandose al sol. Rodeado de pacientes y valientes afganos que todo se lo tomaban con humor y resignación hicimos un alto en el camino frente a un riachuelo para lavarse la cara y mojarse los pies cosa que hacían antes de rezar. Que un coche lleno de pasajeros se parara exclusivamente para hacer eso me dejo sorprendido, además la forma de rezar era distinta todos mirando hacia la meca cosa que también lo hice yo más por camuflarme y por costumbre social que por fe. Alá estaba en lo alto recibiendo nuestras plegarias e iluminando nuestras vidas con la luz del sol en medio de una carretera donde no nos encontrábamos con otro vehículo en horas pero más conmovedor que todo eso era el yermo camino, la sensación de estar solo con Ala mirando un horizonte ceremonioso sin desniveles sintiendo las ráfagas de pequeñas partículas de polvo que cubrían nuestros cuerpos.
PROVINCIA BADAJSHÁN
Atrás íbamos dejando las trincheras y nos adentramos en las montañas donde los valles y ríos estaban secos y cargaban los niños sobre los burros bidones de agua. Veía casas de barro enclavadas en las montañas, carpas armadas con paja, además de pastores y ovejas. El tiempo se había detenido y la visión de aquellas tierras inalcanzables me apaciguaba. Allí la gente llevaba una vida de campo lejos de la ciudad y a pesar del violento contexto sus labores seguían como si no pasara nada como si el corazón de la vida fuera invulnerable, tal vez esa sensación de calma concordaba con el dolor que sentía pues la vida a pesar de las circunstancias siempre continuaba. La música adentro se escuchaba a todo volumen mientras miraba por la ventanilla tanques de guerra abandonados destruidos por las minas. Paradójicamente el miedo de viajar por carretera casi había desaparecido y aunque todavía lo experimentaba empecé a convivir con la velada presencia de la guerra como los afganos incluso con sentido del humor.
Había alcanzado la provincia de Badajshán y nos acercabamos a Fayzabad por lo cual cada vez me alejaba más del progreso y me adentraba en un mundo desconocido. Tras llegar a la ciudad el vehículo me dejó a las puertas de un hotel sobre una calle donde transcurría la vida de los mercados y las casas estaban suspendidas de las montañas. Sus habitantes llevaban turbantes y pañuelos protegiéndose los rostros porque el polvo obstruía sus gargantas y la gente acudía en burros a los mercados, el pan se trasladaba en carretillas de construcción, los niños vendían alimentos que llevaban sobre sus cabezas en cestas llenas de polvo y los bloques de hielo se cortaban con un serrucho en pequeños trozos que vendían en una bolsa de plástico.
FAYZABAD
Definitivamente Fayzabad era el Afganistán profundo donde se conservaba una forma de vida esencial ajena a las convulsiones de la época. Las mujeres compraban en el mercado y se movían ocultas por sus vestimentas y todas usaban burka. Definitivamente había cosas de esa cultura que no podía comprender y que me generaban incomodidad pero lo mejor era no meterme en esos asuntos ni poner en entredicho las leyes estrictas de los Mullah. Mazar Guest el hotel donde me hospedé era de color verde como las camionetas de la policía afgana que llegaban a comer a la misma hora todos los días. Todavía duraba el Ramadán y esperaba hasta el atardecer para el festín donde todos permanecíamos en el hotel atentos a la hora. Después de todo un día en ayunas se comía lo suficiente para llenar el estómago hasta el siguiente día y todos los clientes nos sentábamos en el suelo tapizado de alfombras apoyados a la pared en fila india esperando que llegara el almuerzo. Contaba la fila de comensales que faltaban hasta llegar a mí, con el hambre de todos a nadie se le ocurría pensar que allí había un occidental. Yo estaba sentado en medio de unas diez personas cuando me sirvieron un riquísimo plato de sopa de noodles con salsa de yogurt y luego trajeron asado de todos los gustos. Comí bien en todo mi viaje por Afganistán y aunque el compañero del lado me invitó a un vaso de zumo de manzana nadie hablaba entre plato y plato, dos metros alejados de mí tenía sentados en un círculo a las fuerzas de defensa afganas así que cuando terminé de comer me subí a mi habitación.
UN GRAN SUSTO EN FAYZABAD
Tenía la barba sin afeitar hacía dos meses el pelo largo la ropa polvorienta y no me duchaba desde que salí de Kabul a la vez que me sentía muy cansado de no saber cómo avanzar cuando me tiré a la cama intentando olvidarme de todo. La habitación no tenía ventilador y cerré los ojos para intentar dormir un rato cuando de repente el suelo y las paredes empezaron a temblar resquebrajándose. Me asusté y corrí escaleras abajo sin bastón tan rápido como pude y fue al llegar al comedor que vi al dueño del hotel y grité: “¡Una bomba, una bomba!” Los soldados se levantaron de la alfombra y los platos saltaron cojiendo en un acto reflejo sus armas apuntándome directamente a mi cabeza, entonces el dueño del hotel corrió hacia mí levantando las manos y gritando “¡No Talibán, no Talibán, español!” así fue que se tranquilizaron por lo cual después de dar las Gracias a Alá regresé a mi habitación donde mirando la pared agrietada por el temblor me dormí. Un seísmo de tierra de pequeña magnitud había sido el causante de todo aquel revuelo. Dormía mal y sin comodidades pero estaba donde quería estar siendo todo diferente a todo lo que había vivido, no obstante sabía que no podía quejarme y aun así la necesidad de viajar me obligaba a seguir.
Caminando por las calles Fayzabad encontré un pequeño local escondido donde entré y vi a un chico que hablaba inglés arreglando el teclado de un ordenador que se llamaba Mansur y decía haber estudiado en la Universidad de Tayikistán, su país vecino. Tenía conexión wifi por ratos y volví a ver la luz no por eso sino por la información que me dio Mansur para llegar al corredor de Wakhan e intentar pasar la frontera. Fue muy bondadoso conmigo y también cómo Samer me ofreció su ayuda desinteresadamente convirtiéndose de ese modo en mis ojos y mi guía.
PRÓXIIMO DESTINO ESKSASEM
Eškašem una ciudad en la frontera de Afganistán con Tayikistán sería mi próximo destino y marcaba el comienzo del corredor Wakhan. Entonces el inconveniente radicaba en que a lo largo del camino hacia Eškašem existía un verdadero y fuerte hostigamiento talibán y no había manera de esquivarlo con el consiguiente riesgo de no saber si las fronteras estaban abiertas o cerradas hasta llegar pues no había ninguna certeza. Antes de salir de Fayzabad me acerqué varias veces a la embajada de Tayikistán pero siempre estaba cerrada y tampoco nadie sabía decirme con certeza cuándo abrían las puertas a la par que necesitaba aquel permiso de manera que no solo tenía que arriesgar el paso con los talibanes sino también la entrada al siguiente país.
UNA DECISIÓN ESTÚPIDA
Con el tiempo había adquirido la capacidad de no ver el peligro pero ya había tomado la decisión de seguir adelante y al día siguiente estaba como un reloj en la tienda convenciendo a Mansur de que me llevara al lugar donde salían los vehículos rumbo a Eškašem. Me aconsejó por todos los medios que no lo hiciera, que mi vida corría serio peligro, que lo más probable era que acabara acusado de espionaje en algún canal de televisión de rodillas con un pañuelo en los ojos las manos atadas a la espalda y un tiro en la cabeza pero igualmente asumí el riesgo y al final Mansur accedió a llevarme por lo cual cerró su negocio y cojimos un taxi. Estaba decidido a pasar infiltrado como un afgano burlando el control de los talibanes y lo más preocupante era que iba hacia un lugar desconocido sin información de nada jugándome el todo por el todo. Un viajero sensato y experimentado planificaba la ruta con precaución y yo estaba curtido en batallas pero no era sensato ni precavido. Ir en busca del peligro sabiendo lo que me esperaba resultaba una estupidez en toda regla y uno no es más viajero por eso pero en aquel momento tomé la decisión más estúpida e importante de mi vida, estúpida por vanagloriarme e importante porque si me detectaban podía ser secuestrado y brutalmente asesinado por los Talibanes. Tras dos semanas de viaje por Afganistán me preguntaba qué hacia allí realmente y si acaso había algo más preciado en este mundo que mi propia vida, sin embargo haciendo a un lado toda duda seguí adelante.
UN ATOLONDRADO CEREBRO
Muchas veces no me comportaba juiciosamente y pensé que si algo malo sucedía sería culpa de mi atolondrado cerebro, nos precipitamos por una zona montañosa varios kilómetros donde había un enorme descampado rocoso atravesado por un río turbio que servía de lavadero. Coches, personas, burros y cabras, todos acampaban a la orilla y fue en medio de aquel remoto lugar que Mansur cumplió su palabra deseandome suerte porque a partir de ahí estaba solo. Tal vez en unas horas estaría atravesando territorio talibán y de nuevo inevitablemente tenía los nervios de punta.
UN PAJARITO ASUSTADO
Me sentía diminuto como un pajarito asustado que quería volar sobre las montañas para evitar los cazadores. Mansur me había dicho que el conductor me protegería, y en efecto me dio algunas explicaciones indicándome que debía viajar infiltrado en la parte trasera del coche sin hablar absolutamente nada aunque me preguntaran ya que en caso de que me detectarán los talibanes en el control tenía que fingir que estaba muy enfermo acurrucado contra la ventanilla y el conductor hablaría por mí. Pasara lo que pasara debía permanecer callado además tuve que dar mi pasaporte al conductor de la furgoneta quien lo guardó en su bolso por mi seguridad. No llevaba conmigo ninguna documentación que me identificara porque si los talibanes me registraban estaba perdido. Empecé a ver la cosa negra ya que en muy poco tiempo era la atracción del lugar donde todos me miraban con curiosidad y actuaban con histeria colectiva a mi alrededor pellizcandome tocándome y vociferando por lo cual debía comportarme con firmeza y naturalidad para ganarme el respeto. Aquella táctica mia de hacerme el enfermo les causaba gracia a los Afganos que bromeaban con respecto a mi situación haciendo los gestos de que me iban a cortar el cuello, disparar en la cabeza o secuestrar. ¡El humor afgano sobre la guerra! En ese momento pensaba si realmente estaba dispuesto a hacer semejante locura, sin embargo a los hombres con quienes viajaba probablemente no les pasaría nada y mi vida dependía de que ellos me protegieran o me vendieran a los talibanes.
UN ANGEL DE LA GUARDA
El tiempo pasaba y llegaba más gente cuando me di cuenta que había un corro de cientos de personas alrededor mía mirándome quizás porque no habían visto nunca a un suicida occidental, pero me encontraba listo para atravesar el área talibán. Fue entonces cuando un hombre se acercó quién resultó ser un policía secreto vestido de civil que vino a rescatarme porque había despertado tanta agitación que ya todos sabían que había un extranjero. El agente encubierto con buenos modales me pidió que saliera del vehículo y que cogiera mi mochila encontrándome de ese modo al otro lado del bando metido en un coche con la policía afgana de vuelta a algún lugar seguro para conservar mi integridad. Cuando llegamos a un cuartel situado en medio del camino tras cruzar unos muros de contención de hormigón que protegían todo el área Inspeccionaron todo mi equipaje y me llevaron entonces a un edificio para entrar en una habitación donde había cinco o seis hombres sentados dispuestos a interrogarme como en un juicio de guerra. La situación se volvió más tensa cuando comenzó el agente a preguntarme en un español muy básico si era periodista o trabajaba para algún servicio secreto apuntando todas mis respuestas en un papel; documento de identidad, país, nombre de mi padre, de mi madre, número de pasaporte y toda la explicación de por qué me dirigía al área del corredor. Tenía el teléfono de Mansur que era la única persona que podía ayudarme el cual enseguida se presentó y luego de explicar mi historia se fue. Entonces pensé que después de tantas preguntas quedaría libre pero no fue así me trasladaron a otro cuartel en la ciudad de Fayzabad situado unas calles más arriba del hotel donde me había hospedado.
SALVOCONDUCTO
Entré al despacho del capitán general de las Fuerzas de Seguridad Afganas en Fayzabad que me trató con toda la amabilidad sintiéndose orgulloso de que visitara su país preocupándose por mi seguridad, con todo respeto me dijo que admiraba mi valor pero que Afganistán no era un país para visitar y que sobre él recaía la responsabilidad de dejarme seguir adelante, no quería ver por la televisión que un extranjero había sido asesinado y esa decisión era lo mejor para mí. Con una carta firmada como salvoconducto estaría protegido por las fuerzas de seguridad afganas además de acompañarme un agente encubierto que me ayudaría a salir del país.
INSHALÁ
A pesar de todos mis intentos de alcanzar el corredor Wakhan el destino insistía en llevarme a otro lugar, mientras tanto estaba muy cansado de esperar en los cuarteles y responder preguntas ya que había pasado toda la mañana en interrogatorios. Sobre las cinco de la tarde me escoltaron varios soldados por las calles de Fayzabad en busca de un transporte para salir hacia Kunduz donde la policía dio las explicaciones pertinentes al transportista para me llevara. Viajaba atrás tirado en el maletero de una ranchera con nuevos compañeros a quienes les enseñé fotos de mi viaje con la cámara fotográfica y por el camino igual que antes hicimos las mismas paradas para lavarnos los pies y las manos para rezar. La primera vez que pasé por allí viajaba con la incertidumbre del viaje que comienza y la aventura me llamaba estando por empezar, disfrutaba intensamente cada momento y todo era nuevo pero de vuelta recorría un itinerario conocido sabía a dónde iba y conocía el camino, además viajaba bajo la tutela del conductor que llevaba en su bolso la carta que garantizaba mi protección y que supuestamente entregaría a las autoridades. Y ahí estaba yo siguiendo un programa y un protocolo cosa que me resultaba aburrida aunque era la única opción que me quedaba. Aquel lugar lejano que anteriormente había conocido en medio del asombro entonces era apenas un recuerdo, algo que había pasado. Era inevitable sentir hastío y una cierta nostalgia pero nuevamente mi compañero de asiento sacó una alfombra y la colocó al borde de la carretera. Cuando llegaba la hora de rezar nos deteníamos en cualquier lugar y súbitamente todo volvió a tornarse diferente ya que uno de los pasajeros que iba atrás sentado con su hijo se acercó a mí y de buena fe quiso enseñarme unos versos del Corán. Me arrodillé a su lado rezando a Mohammed el profeta, miré al cielo y dije INSHALÁ (en las manos de Alá). Entonces recordé mi entrada a Afganistán en aquel coche cuando un hombre me ofreció un pedazo de melón para saciar no sólo mi cuerpo sino mi alma con un gesto simple y desinteresado de afecto, de alguna forma ese don gratuito lo había precedido todo haciendome recordar aquellos días en Herat sentado con mi compañero el cambista del mercado negro viendo pasar ante mis ojos el milagro de la vida afgana, los detalles, el paso de la gente, vinieron a mi mente también los consejos de Samir, las tertulias en la recepción del hotel con Sayed, la hospitalidad de los hombres en el bazar de Kabul, la ayuda de Amir y Mansur que a pesar del riesgo que corrían contribuyeron a que siguiera mi camino, la valentía de los soldados afganos y la benevolencia de su capitán. En fin se hizo plausible en mi interior la presencia de todas las personas que protegieron mi vida con sinceridad y pureza mientras tercamente me aventuraba por caminos peligrosos, polvorientos y desconocidos. Comprendí que cada gesto bondadoso que habían tenido conmigo era apenas una pequeña porción de un amor inconmensurable, el amor de Dios, el amor de Alá entonces involuntariamente mi oración se elevó por ellos y por todo, por la infinita bondad que había cuidado de mi vida. De repente el hastío se había ido y lo único que quedó en mi corazón fue gratitud al pueblo Afgano: INSHALÁ.
DE CUARTEL EN CUARTEL
Llegamos a Kunduz de noche y se detuvo la ranchera en una glorieta en el medio de la cual había un templete con un puesto de control militar cuando el conductor me mandó bajar del coche para entregarme a los soldados sacó la carta escrita por el capitán de su bolso y se la entregó a uno de los oficiales uniformados que allí estaban haciendo guardia. Yo me quedé rodeado por varios hombres armados que me escoltaron hasta una camioneta blindada donde me subí adelante y en cuya caja trasera iba un hombre de pie con la torreta ametralladora como armamento mientras me trasladaban por la ciudad al cuartel donde me llevaron a una habitación para dormir en el suelo aquella noche custodiado junto a dos jóvenes reclutas. A la mañana siguiente nada más levantarme comenzó la misma historia de ir a oficinas y vuelta a los interrogatorios. Al final ya era musulmán pues me lo preguntaron al menos cien veces, mi novia era de Indonesia, musulmana también y nos íbamos a casar, también trabajaba como artesano y tocaba la guitarra en las calles para financiar el viaje, decía todo lo que se me ocurría pues ya estaba harto de dar siempre la misma respuesta y era algo realmente agotador. En un momento un joven me pidió que le pintara un retrato ¡Era el colmo de los colmos! le contesté que ni era artista, ni tocaba guitarra, ni tenía novia, ni era musulmán, ni hacía el Ramadán porque yo era cristiano y en mi religión se comía y se bebía ya que era lo que más necesitaba tras haber pasado prácticamente dos días sin bebida ni alimentos por lo que enseguida saltaron a atender mis peticiones generosamente y me trajeron agua fresca y algo de comida. Los eventos sucedían tan despacio que me desesperaba y de nuevo me trasladaron a otro cuartel en la misma ciudad de Kunduz con las mismas preguntas pero con diferente gente, ya estaba yo familiarizado con la vida militar inmerso en una espiral que giraba y giraba mientras iba conociendo todas las dependencias de las fuerzas de seguridad Afganas.
UN BUNKER EN LA ARIDEZ DEL DESIERTO
Todo parecía tranquilo y el coronel intentaba acelerar mi salida tan pronto como fuera posible y fue entonces cuando recibí una llamada de la Embajada Española que había sido informada de mi situación diciendome que me sacarían del país por la frontera de Sejam Bandar. De pronto un agente encubierto vestido de civil llegó para escoltarme, después de pegarme una ducha, afeitarme la barba de dos meses y ponerme mi pañuelo afgano por encima del cuello subí a la camioneta y arrancamos por la tarde hacia el límite territorial que quedaba solo a una hora de distancia. Lo que había querido era salir cuanto antes de aquel embrollo pero por sorpresa al llegar unos militares nos estaban esperando, lo único que me quedaba era pasar otra noche, ya que el sol se estaba escondiendo y el puesto fronterizo cerrado, siguiendo las órdenes me despedí del agente encubierto y me quede defendido con los militares a los que pedí el favor de cambiarme el dinero que llevaba en moneda Afgani porque quizás en Tayikistán no sería posible. Aquel descubierto paraje no era más que una calle de comerciantes, quioscos, rebaños de cabras y burros tirando de carromatos donde vi a un cambista sentado en una silla junto una urna de cristal con billetes arrugados dentro donde hice la transacción bajo vigilancia. Luego recibiendo nuevas instrucciones nos fuimos a un lugar yermo raso y desabrigado y al llegar a lo que era un pequeño campo militar vi que las instalaciones tenían buenas condiciones, las mejores en todo mi viaje por Afganistán. Todo estaba nuevo las tuberías de gas, electricidad, puertas, ventanas, cocina, salas de descanso, duchas de agua caliente y solo tres hombres custodiando aquella base estratégica que tenía cuatro grandes torres de control cerradas por unos muros de hormigón muy altos. Aquella última noche me despidieron con una cena banquete con cantidad de comida variada en la aridez del desierto donde comprendí que mi aventura no era nada en comparación con la lucha diaria y la guerra sin cuartel de aquellos hombres.
SALIENDO AFGANISTÁN
Al día siguiente tras la notica de que podía cruzar la frontera sentí alegría pero también me invadió la tristeza de pensar en todos aquellos hombres, mujeres y niños que de la noche a la mañana podían morir en la guerra. Ya estaba prácticamente al otro lado atravesando el puente que separa Afganistán de Tayikistán con la adrenalina a tope pero no me amedrentaba ni tenía temor al verme solo, más adelante una furgoneta trasladaba a las personas cubriendo la distancia territorial que hay de un país al otro donde me subí para que me acercara hasta el edificio de aduanas.